En las últimas semanas se hizo conocida la noticia de una docente de Historia en un colegio de Concón, quien fue acusada de adoctrinar a sus estudiantes de Sexto Básico por usar de ejemplo el caso Catrillanca en una clase virtual de la unidad Chile, un país democrático. Esta noticia despertó la discusión acerca de cómo los profesores y profesoras usamos nuestro criterio al seleccionar material para nuestras clases. 

La tarea de seleccionar en la escuela es compleja, ya que se mueve entre las sugerencias y presiones que caracterizan al contexto escolar: el MINEDUC sugiere temas y lecturas para cada curso, también están las propuestas de los textos escolares, a su vez, cada institución educativa posee cierto perfil que pone a algunos temas o lecturas como imprescindibles y, en ocasiones, otros son censurados. La pandemia ha traído una nueva tensión a este panorama: la creciente presión de apoderados y opinión pública frente a nuestro desempeño como docentes y la nueva exposición que suponen las clases virtuales.

En esta tensa situación, cabe preguntarse: ¿Dónde queda la libertad del o la docente al seleccionar el material que usará en sus clases?, ¿Las profesoras y profesores sentimos que poseemos los criterios apropiados para seleccionar? En esta difícil tarea, ¿Tomamos riesgos con el objetivo de fomentar el interés por la lectura de nuestras(os) estudiantes?

A continuación, comentaré algunos criterios que he ido formando para seleccionar obras literarias en mis clases de Lengua y Literatura en Enseñanza Media, ponerlos en práctica ha permitido que me sienta segura de mis decisiones frente a posibles cuestionamientos acerca de mis preferencias, intentando lograr un equilibrio entre el curriculum, algo de riesgo y la intención de sintonizar con los gustos de mis estudiantes. 

Esta noticia despertó la discusión acerca de cómo los profesores y profesoras usamos nuestro criterio al seleccionar material para nuestras clases.

En esta tensa situación, cabe preguntarse: ¿Dónde queda la libertad del o la docente al seleccionar el material que usará en sus clases?, ¿Las profesoras y profesores sentimos que poseemos los criterios apropiados para seleccionar? En esta difícil tarea, ¿Tomamos riesgos con el objetivo de fomentar el interés por la lectura de nuestras(os) estudiantes?

Selecciono lo que no leería personalmente: Elegí vivir

Que hay libros racistas, sexistas, xenofóbicos ya lo sabemos. Seguro que muchas de nosotras buscamos sacarlos de nuestros planes lectores, de las estanterías de nuestras bibliotecas escolares o de nuestras casas. Sin embargo, creo que estos criterios pueden llevarnos demasiado lejos, haciendo que los productos culturales que poseen algún tipo de discriminación sean percibidos como el único enemigo, pero pienso que el verdadero gran enemigo es la homogenización de estos productos, ¿Si todas las protagonistas mujeres son feministas, aventureras y atrevidas, no estamos invisibilizando la historia llena de obstáculos que las mujeres hemos tenido que sortear y seguimos esquivandopara acercarnos a la equidad de género? No crean que estoy promoviendo a las Bellas Durmientes que esperan al príncipe, pero negarles su espacio como historia, estereotipo y medio para valorar cómo hemos progresado, se puede transformar en una nueva forma de censura.

El tema de la ideología y los libros para niñas(os) y jóvenes tiene larga data, un autor que, bajo mi perspectiva, ha dado en el clavo sobre cómo abrir la puerta a libros “inadecuados” es Peter Hollindale. En su artículo Ideología y libros para niños, hace una precisión interesantísima: debemos entrenarnos en detectar una ideología, no juzgarla (de más está decir que esto tiene como base el respeto a la dignidad del ser humano y sus derechos). Es una difícil tarea, para ayudarnos nos propone una serie de preguntas para hacerle al texto, por ejemplo:  “Y si lo damos vuelta? ¿Si cambiamos protagonistas, bandos, sexos, ¿la historia sigue siendo ofensiva?”, “¿hay un conjunto o “paquete” de valores homogéneos?”, “¿hay decisiones que tomar o está todo determinado?” y una de mis preferidas: “¿quiénes no están en la trama?”: preguntas que ayudan a llegar más profundo en la historia, hacer lectoras(es) más sagaces, que puedan leer las diferentes capas del texto, valorando algunos aspectos y criticando otros, creando un juicio propio. 

 

En mi experiencia como docente, alguna vez sentí el deseo de quitar (¿censurar?) una lectura porque no me gusta su temática. Hace unos años, me topé con que en la lista de lecturas domiciliarias de un curso que comenzaría al año siguiente, estaba el libro Elegí vivir de Daniela García, una novela autobiográfica que narra la vida de Daniela tras un terrible accidente que sufrió mientras estaba en la universidad. No es un libro que hubiera elegido, lo había hojeado y no me convencía, sin meditar mucho, intenté sacarlo de la lista y reemplazarlo por otra lectura que me gustara. Sin embargo, debido a temas de presupuesto en la biblioteca, no pude quitarlo, con resignación afronté que leeríamos esta novela. Comenzó el año escolar y llegó el momento en que teníamos esta lectura, la presenté sin mucho ánimo, pero rápidamente comprendí que a mis estudiantes les había gustado, les conmovió e impresionó la historia de superación de Daniela, no son pocas las estudiantes que indican que esta novela es uno de sus libros favoritos. Además, su lectura permitió que comentáramos el género de la biografía y autobiografía, revisamos otros ejemplos e hicimos ejercicios interesantes en la que relatamos circunstancias de nuestra vida. 

Selecciono lo que les gusta a mis estudiantes: Crepúsculo y Bajo una misma estrella

Por su parte, la literatura juvenil es un terreno complejo cuando abordamos la calidad literaria. Sin duda, las influencias del mercado, la necesidad de realizar actividades sociales (y no solitarias, como es, en un principio la lectura) y el poco acompañamiento que las familias realizan de las prácticas lectoras a medida que sus hijos e hijas crecen; provoca que a quienes mediamos la lectura, en especial en el contexto escolar, nos cueste llevar el ritmo de los intereses de esta edad y de la constante renovación de las novedades literarias, esto provoca que profesores y profesoras, muchas veces, no estemos en sintonía con nuestros estudiantes adolescentes. 

Si a lo anterior le sumamos que a veces los y las docentes (y adultos en general) tomamos de inmediato una actitud crítica, en ocasiones desinformada, de las lecturas personales de los y las adolescentes que nos rodean, esto provoca que no nos incluyan en su comunidad y hacemos una línea que divide “lo que se lee en el colegio y por obligación” y “lo que se lee fuera del colegio y por placer”, o sea, lo contrario a formar una comunidad interpretativa en la escuela y fomentar la lectura.

Tuve una experiencia de este tipo en mis primeros años como profesora, unas estudiantes se acercaron a mí después de clase para mostrarme lo que estaban leyendo, era Crepúsculo de Stephanie Meyer, supongo que las miré con condescendencia y les dije: “Si les gustan tanto los vampiros, ¿por qué no leen Drácula mejor?”, de más está decir que no había leído Crepúsculo (aún no lo hago), o sea, juzgué un libro por lo que había escuchado de él y, en lugar, de fomentar la lectura, mi comentario solo hizo que estas estudiantes que querían compartir conmigo lo que estaban leyendo, no lo volvieran a hacer. Han pasado muchos años de este desatino, muy pronto comprendí que esta no era la manera de acercarme a mis estudiantes, conocer sus gustos lectores, fomentar la lectura y el diálogo. 

Así, Bajo una misma estrella, una novela que hace unos años hubiera evitado leer en un plan de lectura escolar, es una obra esencial para mí y mis estudiantes.

Por suerte, los caminos de la vida me han llevado a resarcir este error, hace unos años vi a varias de mis estudiantes con Bajo la misma estrella de Jhon Greene, me comentaron con ilusión de qué se trataba y me invitaron a leerlo, le pedí a una que me lo prestara. En un fin de semana leí Bajo la misma estrella, no solo me entretuvo sino que hizo que pudiéramos conversar acerca de este libro en clases y recreos.

Al año siguiente, pude incluirlo en el plan lector de Octavo Básico, varias de mis estudiantes esperaban con ansias el mes de octubre, en el que leeríamos esta novela, esto hizo que, de parte de los chicos del curso se levantaran suspicacias, ”esta es una novela de chicas” señaló uno en clase, “Leanla y lo conversamos” respondí. No solo la leyeron, sino que les gustó y, al ir avanzando en la lectura, pudimos conversar acerca de temas tan interesantes como el límite entre la ficción y realidad y cómo esta novela funde estos planos al presentar al autor del libro como un personaje más, fue la perfecta excusa para conversar más acerca de esto, leer algo de Niebla de Unamuno y comparar el tratamiento que hace un autor y otro cuando las fronteras de la realidad y ficción son difusas. Además, conversamos acerca de la presencia de la enfermedad y muerte en la literatura y el cine, en especial en personajes jóvenes. Respecto al debate sobre que Bajo una misma estrella “era una novela de chicas”, este se zanjó cuando comprobamos que chicos y chicas habían necesitado pañuelos para afrontar el desenlace. 

Selecciono lo polémico: Tengo miedo torero

Hace unos años leí Literatura joven y censura (1987) de Denise Escarpit, allí comentaba acerca de la polémica que se había desatado en Francia luego de que se descubrieran listas negras de obras en bibliotecas públicas. Al analizar estas listas, vieron que los temas censurados se centraban en temáticas de interés adolescente, como el despertar sexual, la delincuencia, el consumo de drogas, la violencia y desobediencia civil, así como la muerte y algunos fragmentos de la historia mundial y francesa que podrían resultar “incómodos”. Denise Escarpit, derrochando lucidez, se refiere con claridad a la necesidad de los y las adolescentes de “conquistar la madurez” y cómo este proceso no es sencillo, a veces la literatura puede servir para “evocar una experiencia ficticia en jóvenes, también ficticios ayuda a desdramatizar esos graves problemas”, de alguna manera la ficción ayuda a poseer cierta experiencia en la vida real. 

Para mí, este llamado de Escarpit tiene mucho sentido, creo que debemos leer temas complejos en la escuela, donde el diálogo en torno a ellos puede ser más rico que en otras instancias, ya que hay un grupo diverso de personas, cada una leyendo desde su experiencia. En esta línea, Geneviéve Patté en ¡Déjenlos leer! Los niños y las bibliotecas hacía un llamado a dejar la censura a un lado: “parece más fructífero buscar confrontación y el acercamiento de libros con punto de vista diferentes, en vez de la imposible neutralidad.” 

Esto me trae a la mente algo que María José Ferrada comentó en nuestra reciente entrevista, allí señalaba que su novela Kramp, causó polémica en Twitter debido a que la niña protagonista fuma, María José nos contó que una lectora le dirigía comentarios etiquetando al Ministerio de Salud, argumentando que Kramp daba un mal ejemplo al promover fumadores infantiles. Al igual que María José, creo que es una ilusión pensar que los libros (y podríamos ampliarlo a los productos culturales en general) son tan poderosos, a mí modo de ver, esto constituye una subestimación de los lectores y lectoras, quienes son los que finalmente reconstruyen las obras a su manera, otorgándole sentidos diversos.

En mi primera experiencia laboral, tuve la oportunidad de que, junto a mi compañera profesora de Lenguaje, agregamos Tengo miedo torero de Pedro Lemebel en el plan de lecturas de Tercero Medio. Al comenzar con la lectura, algún estudiante señaló que esta era “subida de tono”, incluso que el personaje de La Loca del Frente le daba asco, conversamos un poco en clase acerca de la literatura de Lemebel y la homofobia, los insté a seguir leyendo. También recibimos un par de comunicaciones de apoderados manifestando su preocupación acerca de esta lectura, respondimos reafirmando la calidad e importancia de la obra, además de invitarlos a confiar en nuestros criterios de selección y el acompañamiento que estábamos realizando. Al terminar esta novela, para muchos La Loca se había convertido en un personaje entrañable, noble y encantador.

El día en que le conté a Pedro Lemebel que estábamos leyendo Tengo miedo torero con mi Tercero Medio, me dejó esta dedicatoria en la novela.

Corría el 2013, Pedro Lemebel estaba vivo, por lo que cuando supe que estaría en la Feria del Libro no dudé en ir, le conté que estaba leyendo su novela con mi curso, recuerdo su cara de impresión, se rió y me preguntó cuál era la opinión de los y las estudiantes, le conté que a algunos les costó al principio, pero que terminaban queriendo a La Loca del Frente. Al despedirnos me señaló: “No pensaba que podía estar en las lecturas del colegio”.

Años después, estaba trabajando en otro colegio, también decidimos en conjunto con el departamento de Lenguaje y Comunicación, integrar nuevas lecturas al plan, agregamos Tengo miedo torero. Cuando llegó el momento de presentar la lectura y comenzarla, leímos juntos el primer capítulo, recuerdo sus caras de asombro. Pasaron unos días y comenzaron a llegar las comunicaciones de apoderados preocupados por la lectura. A la semana siguiente me llamó la directora a su oficina, me ordenaron que pusiera fin a la lectura, le dije que no era posible, porque muchos estudiantes ya lo habían leído completo y estábamos próximos a la evaluación, el curso en el que hacía clase pudo leerlo, en los demás cursos fue prohibida. Debieron sospechar que la censura es el mejor aliciente de la insurrección, ya que gran parte de esa generación leyó la novela.

 

En 2020, se estrenó la versión cinematográfica de Tengo miedo torero, muchos ex estudiantes me escribieron a propósito de su lectura en Tercero Medio, uno de estos mensajes me habla de lo importante que es tomar riesgos al ofrecer una selección de lecturas: “Cuando conocí a Lemebel, estaba descubriendo mi sexualidad. Normalmente, en el colegio se lee literatura que apunta al academicismo o a la cultura general, pero pocas veces se llega a temas que permiten a las minorías sentirse validadas y representadas. Con Lemebel encontré esa identificación tan escasa, además su escritura me atrapó bastante, por ser picaresca, atrevida y poética al mismo tiempo. Es bueno que se muestre esto en los colegios, para que todo el mundo tenga un poco de validez”. Ningún llamado de atención puede borrar lo importante que es este mensaje. 

En conclusión…

Sin duda, la selección de textos en la escuela seguirá siendo un tema complejo, en el que los valores propios del docente, los de la institución y las familias muchas veces se cruzan e incluso riñen. 

En este artículo, realicé una revisión de algunos criterios de selección que uso al seleccionar lecturas para mis cursos, hay otros como que intento dejar espacios de lectura libre, en la que no selecciono, también que busco maneras de reforzar la lectura de libros que posean imágenes, como libros-álbum, cómic o novela gráfica, así como que intento darle lugar a los clásicos.

Sé que poseer la libertad para seleccionar los libros que leen mis estudiantes como lectura domiciliaria no es común, he experimentado las presiones de los valores institucionales en otros establecimientos en los que he trabajado. También sé que en muchas circunstancias no hay posibilidad de innovar en el plan de lectura porque el primer criterio que muchos profesores y profesoras deben salvaguardar es el acceso: que el libro pueda conseguirse, descargarse o esté disponible en la biblioteca o CRA. Sin embargo, también he experimentado que incluso en establecimientos con bibliotecas desprovistas y casas sin libros, es posible abrir pequeños espacios para dinamizar los temas y formas de lectura, a veces el libro de la profe pasa de mano en mano en un curso o una fotocopia de algunas páginas puede abrir el diálogo sobre nuevos temas que fortalecen la comunidad interpretativa. 

Finalmente, esta es una de nuestras grandes misiones como docentes: hacer de la sala de clase un espacio seguro, donde exista respeto por diferentes opiniones, un ambiente en el que el diálogo ayude a que mostremos nuestras interpretaciones de lo leído y a aguzar el ojo frente a temas de injusticia. Una sala de clases en la que exista la seguridad para “conquistar la madurez”, tomar la palabra y pensar por sí mismos: el gran objetivo de la escuela, ¿no?

Bibliografía

ESCARPIT, D. (1987): Literatura joven y censura. En Letragorda 2/ 13-14.

HOLLINDALE, P. (1989): “Ideology and the Children’s Book”. En: Signal. 55, 3\22.

PATTÉ. G. (1988): Déjenlos leer. Los niños y las bibliotecas. México: Fondo de Cultura Económica. Apartado: “La orientación ideológica”.

   

 Escrito por Paloma Mas

Share This