Una de las preocupaciones que tuve durante la pandemia, fue la idea de ir perdiendo los espacios para construir y compartir en comunidad en torno a los libros y la lectura. Debido al confinamiento, las visitas a la biblioteca y librerías dejaron de ser algo cotidiano, las actividades literarias con estudiantes, padres, apoderados y comunidad en general, se paralizaron y se comenzó a trasladar todo al mundo virtual. Entonces me cuestioné ¿Está cambiando de lugar la lectura en este nuevo escenario de crisis sanitaria? ¿Es importante continuar con la mediación lectora y brindar espacios para leer en comunidad en contextos de crisis? ¿Los espacios virtuales que se han generado son propicios para mantener la actividad lectora?
La lectura siempre ha ocupado un lugar importante en nuestra sociedad porque nos ayuda a construir nuestra mirada sobre el mundo y nuestro imaginario colectivo, y no dejará de serlo. Este lugar importante, desde mi percepción, no ha cambiado durante la crisis sanitaria, quizás sí la forma en cómo leemos o qué leemos, porque claro está que, como seres conscientes, no nos abstraemos por completo de la tragedia mundial que significa esta pandemia. Entonces el escenario es distinto y es complejo, pero la lectura continúa siendo fundamental para entender estos procesos, para construir y compartir en sociedad, pero también para mitigar nuestras emociones.
Es sabido que, en contexto de crisis, importa continuar dando el espacio social que merece la lectura y, por ende, garantizar al lector momentos donde se propicie el encuentro con el libro. Estos encuentros, guiados por un mediador y con un objetivo claro a perseguir, estimulan la conversación, dan cabida a la construcción de nuevas interpretaciones, permiten llenar vacíos que la lectura solitaria nos deja, pero también ayudan a “reconstruirnos” como personas y como sociedad.
A partir de lo anterior, y de extrañar los espacios para conversar acerca de lo que estábamos leyendo durante el confinamiento, fue que surgió la idea de crear clubes de lecturas virtuales, gratuitos y abiertos a toda la comunidad mayores de dieciocho años (esto solo para poder hablar “sin pelos en la lengua”). Primero me contacté con una amiga de la Librería Upa Chalupa para comentarle mi idea, a lo que por supuesto y gracias a su alma emprendedora, aceptó. Entonces, junto a Pame Ferreira, concretamos el primer club de lectura. Luego, quisimos continuar con la experiencia y preparar un segundo club, esta vez se sumó mi compañera Paloma de Cuatrojos. A continuación, seguiré en plural porque les quiero contar como fue nuestra experiencia.
Lo primero que hicimos fue pensar en un ciclo de conversación, es decir, dos clubes de lectura, con libros de fácil acceso y de un mismo género literario para ambos encuentros, entonces optamos por dos clásicos: La Metamorfosis de Franz Kafka y Frankenstein de Mary Shelley. Ambas obras cumplían con nuestros requisitos, estaban liberadas en internet por lo tanto no estábamos violando ninguna licencia y, además, ¿a quién no le gustan los clásicos?
Luego de concluir y escoger estos parámetros, comenzamos a difundir a través de nuestras plataformas virtuales y redes sociales los afiches que con mucho cariño y un poco de talento creamos. Para nuestra sorpresa, a las pocas horas de publicar el formulario de inscripción, este ya daba las primeras luces de que nuestra aventura virtual tendría buena aceptación.
Las secciones serían tres para cada club de lectura y estaban programadas con una duración de una hora cada una. Fue así como comenzamos nuestro primer encuentro con 13 personas inscritas. Confiando en nuestra experiencia como mediadoras con adolescentes y un poco con adultos, comenzamos dándoles la bienvenida y prometiéndoles que pasaríamos un muy buen momento. “Los libros que se conversan son los que más se recuerdan” con esta frase comentada por Andrea, una participante de Renca, y que me hizo especial sentido, fue como partió nuestro primer club de lectura para adultos.
Ambos clubes resultaron maravillosos porque surgió una complicidad importante entre los participantes, algo así como un sentido de pertenencia a esta humanidad, al pasado y al presente, tal como menciona Michelle Petit en Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura: “El hecho de que, al experimentar, en un texto, tanto la propia verdad íntima como la humanidad compartida con los demás, cambia la relación con el prójimo. Leer no aísla del mundo, leer introduce en el mundo de forma diferente. Lo más íntimo puede alcanzar en este acto lo más universal”.
Las preguntas o intervenciones que generamos buscaban trazar ciertas líneas de conversación, en un principio nos referimos al contexto histórico y social en que fue escrita la obra y recapitulamos sobre la vida y experiencia de cada autor/a para ampliar nuestra visión en relación a cada texto, también se sintetizaron elementos que conforman la trama con preguntas generales asociadas a impresiones, emociones y desconciertos propios de los participantes —que resultan fructíferas en ambos textos— para luego ampliar la conversación con preguntas específicas relacionadas con la vida y experiencia de cada uno, lo que permitió construcciones mucho más personales y metafóricas (Ambas categorías establecidas por Martina Fittipaldi en La categorización de las respuestas infantiles ante los textos literarios).
Es común que, en nuestros clubes de lectura con estudiantes, recurramos al enfoque Dime que ofrece Aidan Chambers, un modelo de intervención idóneo para favorecer la competencia interpretativa de los lectores, ya que tal como el autor describe “el tipo de conversación que bosqueja es individual y al mismo tiempo comunitaria y cooperativa, pues cada participante debe escuchar lo que tienen que decir los otros y tomar en cuenta lo que piensan los demás del libro”. Por medio de este enfoque entonces es posible un encuentro empático entre lectores, involucrando competencias no solo lectoras, sino también argumentativas, de escucha y de comprensión desde lo motivacional, metafórico y experiencial garantizando un encuentro entre lectores que ponen en común el entusiasmo, sus desconciertos y conexiones, tal como menciona Chambers. Para esta ocasión no fue diferente, nos apoyamos en este enfoque.
Luego de terminar el primer club de lectura, La Metamorfosis de Kafka, decidimos compartir una encuesta de satisfacción para conocer la impresión de nuestros participantes y así mejorar nuestro segundo encuentro. Las preguntas tuvieron relación con la cantidad de sesiones, la duración de cada encuentro, la profundización de ciertos aspectos en torno a la obra, géneros literarios de interés para leer en el futuro, la continuidad de su participación en futuros clubes organizados por nosotras, si se sentían cómodos leyendo en versión digital, entre otras cosas.
Las respuestas a estas interrogantes resultaban fundamentales porque nos entregarían información sobre cómo resultó lo que con mucha ilusión habíamos planificado y concretado, además de darnos luz verde o roja para una segunda travesía. Comparto con ustedes algunas de esas impresiones:
Con esta gran luz verde, decidimos abrir la convocatoria para nuestro segundo club, esta vez acompañados de la gran Mary Shelley y su incomprendido y aterrador Frankenstein. Nuevamente la respuesta fue positiva y varios de nuestros primeros participantes decidieron repetirse el plato.
Por supuesto, para esta oportunidad, acordamos tomar en cuenta las ideas de nuestros participantes. Una de ellas, y que nos llamó la atención, fue la de incorporar actividades dinámicas, si bien intentamos siempre tener encuentros activos que permitan dinamizar el espacio, esta vez era necesario aún más. Fue así como pensamos en la creación de nuevas secciones que acompañaran nuestra conversación, que permitieran satisfacer a nuestros participantes y enriquecer nuestros encuentros.
No cabe duda que esta experiencia fue gratificante y necesaria, muchos de nosotros/as como lectores, y como seres sociables, buscamos con ansias estos espacios que permitan discutir, descubrir, construir y reír en torno a los libros, y por sobre todo, aliviar un poco el encierro
Por otra lado, me alegra ver como muchas personas, desde sus proyectos dedicados al fomento lector y desde sus plataformas virtuales, piensan espacios con especial cuidado y dedicación, para conversar en torno a los libros y para democratizar la lectura en un contexto donde se torna tan necesario.
Por mi parte, quise por medio de este escrito, compartirles una grata y exitosa experiencia, que espero seguir repitiendo junto a mis compañeras, porque sin duda nos enriquece como mediadoras de la lectura, pero también como personas. Por supuesto hay algunas cosas que mejorar, como por ejemplo lograr que las y los participantes se apropien del espacio y que la mediación intencionada a ratos se atenúe, que sean ellos quienes tomen la palabra, complementen lo dicho por otro compañero o compañera, continúen una idea, es decir, que se contribuyan mutuamente y de manera orgánica, sin necesidad de un constante intermediario.
No tengo la receta precisa para lograr un club de lectura perfecto, sino algunas ideas claves que en esta oportunidad resultaron esenciales: una programación intencionada del espacio, la forma en cómo acoger las respuestas que se comparten basado en la confianza y la complicidad, dar cabida a los sentimientos, recuerdos y emociones, invitar a cuestionar, ayudar a descubrir, comprometer el pensamiento crítico, las diferencias y por último, pero no menos importante, estimular valoraciones que se acerquen a una lectura más simbólica.
Escrito por: Melissa Cárdenas
Referencias utilizadas en este texto:
PETIT, Michèle Petit (1999): Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura. México: Fondo de Cultura Económica.
CHAMBERS, Aidan (2008): Dime: Los niños, la lectura y la conversación. Buenos Aíres: Fondo de Cultura Económica.
FITTIPALDI, Martina (2012): La categorización de las respuestas infantiles ante los textos literarios. Análisis de algunos modelos y propuestas de clasificación. En: COLOMER, Teresa; FITTIPALDI, Martina (coord.) (2012): La literatura que acoge. Inmigración y lectura de álbumes ilustrados. “Parapara” n°5. Barcelona/Caracas: Banco del Libro-GRETEL, 69-86.